Adolescencias y ultraderechas
Es imposible hablar de una adolescencia. Las hay diversas de acuerdo a la clase social de pertenencia y al país del que se trate. Y hay también diversas en cada clase. Pero, lo que nos ocupa, es una de ellas en especial: las adolescencias que apoyan el gobierno de ultraderechas de Argentina. Asumiendo que también hay adolescencias que apoyan proyectos similares en Europa. Este podría ser un nuevo huevo de la serpiente. Lo que tiene lugar en Argentina es algo transversal a las distintas clases sociales y abarca diversos grupos etarios, con predominancia de la adolescencia.
El por qué sucede esto no puede reducirse a razones políticas, económicas, sociológicas o históricas. Por cierto, tampoco psicoanalíticas. Todas estas disciplinas aportan respuestas parciales. Y la sumatoria de las mismas no consigue –tampoco- dar una respuesta absoluta. El reduccionismo es sinónimo de fatiga del pensamiento, comodidad. Y elude lo que la teoría de la incertidumbre enseña: más nos acercamos a un fenómeno, más lo alteramos. Menos sabemos del mismo.
En ¿Adolescencia?, sostuve que la serie del mismo nombre debiera ser analizada –también- desde la perspectiva del modo de ser de la subjetividad de época. Es decir, qué tipo de subjetividad es necesaria para la reproducción de esta forma de vida.
También que la serie muestra a las claras la captura de la psique de los sujetos adolescentes a manos de redes sociales en las cuales la autoridad -que supo estar centrada en la familia y la escolaridad-, está ahora instalada. Estas redes definen lo que la realidad es. Deciden e instituyen el principio de realidad común.
Deben entenderse como una nueva institución, que está al servicio de la transmisión de las significaciones que ordenan la vida en común, y hacen a una época. Los brujos de una tribu, con sus diversas ceremonias; la Iglesia en la edad media con sus rituales; la fábrica, la escuela, el ejército durante la época capitalista clásica, también los medios masivos de comunicación: son todos ejemplos entre miles de instituciones que definen modos de pensar, de hacer, de sentir, hasta de reprimir y sublimar y soñar en diversas sociedades y épocas. Y que también instituyen una orientación general para el ordenamiento de la sexualidad y los géneros.
La diferencia –en este momento- está en el pasaje de la vida analógica a la digital. Y el poder hipnótico de esta última. Ahora el Otro en persona habla en directo las 24 hs. del día, no sólo en las noches, aunque en ellas se aprovecha del estado de ensoñación y la baja de las defensas psíquicas que genera la nocturnidad, con la caída de los filtros habituales de la vida diurna.
Este Otro cibernético pretende instituir una época que hace inclinar la balanza hacia una desresponsabilización del sujeto en lo que atañe a sus propios asuntos y a los asuntos sociales, y también a su relación al otro. Esto es unos de los temas centrales que plantea Adolescencia, la serie. De la mano –como sostuve- de la desestructuración de una institución central de la época capitalista hasta hace cuatro décadas aproximadamente: la familia. Su desestructuración va de la mano de la desestructuración en curso de otra institución central, la escolar. Estos lugares vacíos han sido ocupados por la vida digital, con todos sus gadgets, que transmiten lo que el Otro del neoliberalismo pretende ordenar. La astucia del capitalismo ha conseguido crear las condiciones para el desfondamiento de toda subjetividad crítica y poner en su lugar a una adaptada, resignada, agotada, desorientada y odiadora. Y, sobre todo, con un daño cognitivo que, además, impide la mirada crítica sobre la realidad. Otra matrix simbólica ha surgido.
The walk-in
The Walk-In, es una miniserie británica dirigida y protagonizada por quienes un par de años después hicieron Adolescencia. Trata con profundidad –a partir de hechos ocurridos un tiempo atrás- el auge de las ultraderechas, mediante el odio y el racismo. Interroga, entre otras cuestiones, el porqué de la fascinación con la supremacía blanca.
Dice el protagonista - quien supo ser militante de ultraderechas y ahora las combate: “Ellos (los ultraderechistas) proponen un país fantástico, de antaño, en el que no hay crimen ni pobreza, ni personas negras, ni inmigrantes beneficiándose de nuestro estado de bienestar. Pero la cuestión es que en el mundo siempre ha habido crimen, pobreza, incluso cuando solo había blancos”. “Y esos inmigrantes o ‘caras negras’, nos han ayudado a impulsar nuestra economía durante los últimos setenta años que, de otra manera, se habría desmoronado”.
La serie es un muestrario de jóvenes –no sólo jóvenes- inadaptados, solitarios, captados por un proyecto que les ofrece un sentido para su vida. Sujetos sin rumbo identificatorio, a la búsqueda de algo que les dé sentido: puede ser un grupo de in-cels, o fascista, o nazi o de ultraderechas: todos estos tienden a confluir. No representan a toda la adolescencia, pero sí a buena parte de aquella, que ha permitido el surgimiento de las ultraderechas. Y –como dije- además es algo que excede a la adolescencia. Eso es lo que debiera preocuparnos. Sujetos rotos psíquicamente, sin futuro, empobrecidos y sin miras de mejorar, sin saber –sobre todo los varones- cómo acercarse al otro, y que nada saben de ternura, en una cultura que utiliza las redes para ir generando el crecimiento exponencial del odio y la identificación alrededor de este, dirigido al enemigo de turno, aquel o aquella por quien se sienten postergados o rechazados, que sienten que se los ha despojado de algo que les pertenece, o que le obstaculizan obtenerlo o que los rechazan por cuestiones físicas, económicas, etc. Inmigrantes, negros, judíos, refugiados, mujeres, son habitualmente aquellos sobre quienes estos sujetos buscan satisfacer un odio que, de lo contrario, sería dirigidos hacia ellos mismos, contra su enemigo interior, con cuya eliminación se produciría la del propio sujeto. Ya Wilhelm Reich señalaba el núcleo afectivo, irreductible a toda racionalidad, que imperaba en el fascismo.
Lo que Adolescencia muestra es al avance de lo expresado previamente en The Walk-in:una nueva plaga emocional, protagonizada por odio.